PEDRO SALINAS

PEDRO SALINAS

Pocos poetas han escrito sobre el amor como Pedro Salinas. Con lucidez, con sutileza, moviéndose en los matices del amor humano, en sus libertades y paradojas. El amor como fuerza, sentido, impulso. El gran poeta del amor del 27 nos regala poemas bellísimos que resuenan en el alma propia con una empatía absoluta. Pedro Salinas supo poner voz a lo inefable de una manera prístina, bellísima. Leerlo es conmoverse. Deseo que disfrutéis de su lectura. He aquí una muestra de su extraordinaria capacidad de generar belleza:

 

Razón de amor
[Versos 343 a 370]

¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos
con las manos, buscándonos
a tientas, con los gritos,
clamando; con las bocas
que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia
y materia, combate
de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos
se convirtió en victoria
gozosa de los dos,
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser
enteros?
¿O tan sencillo fue,
tan sin esfuerzo, como
una luz que se encuentra
con otra luz, y queda
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?
Ninguno lo sabemos.
Ni el dónde. Aquí, en las manos,
como las cicatrices,
allí, dentro del alma,
como un alma del alma,
pervive el prodigioso
saber que nos hallamos,
y que su dónde está
para siempre cerrado.
Ha sido tan hermoso
que no sufre memoria,
como sufren las fechas,
los nombres o las líneas.
Nada en ese milagro
podría ser recuerdo:
porque el recuerdo es
la pena de sí mismo,
el dolor del tamaño,
del tiempo, y todo fue
eternidad: relámpago.
Si quieres recordarlo
no sirve el recordar.
Sólo vale vivir
de cara hacia ese dónde,
queriéndolo, buscándolo.

Besos, abrazos,

Álex

Alex Rovira

PEDRO SALINAS

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“Cuando tú me elegiste –el amor eligió– salí del gran anónimo de todos, de la nada.”

 

Pedro Salinas es el gran poeta del amor, con perdón de Pablo Neruda, y uno de los pilares de la llamada Generación del 27, además de un académico y traductor de primer orden (gracias a su trabajo, escritores como Proust lograron un mayor conocimiento en los países de habla hispana).

Pedro Salinas, madrileño nacido en 1891, se quedó huérfano de padre a los seis años. Como dedicado estudiante, comenzó la carrera de Derecho, pero al cabo de un par de años, la cambió por la de Filosofía y Letras. Su inquietud literaria le llevó a doctorarse, a publicar sus primeros poemas en la revista Prometeo, del también escritor Ramón Gómez de la Serna, y a ser nombrado secretario de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid.

Más tarde conseguiría sendas plazas en la Sorbona de París y en la Universidad de Sevilla (donde fue profesor del también gran poeta Luis Cernuda), solicitaría un lectorado de un año en la Universidad de Cambridge, para instalarse de nuevo en Madrid. Fue fundador en esos años de la revista Índice Literario, promovió el verso más libre de métrica y colaboró activamente con la Institución de Libre Enseñanza.

Casado con Margarita Bonmatí, conoció en la Universidad Internacional de Verano de Santander –cuya creación apoyó y que ayudó a gestionar como secretario general–, a la estudiante Katherine R. Whitmore. Con ella inició un romance que motivó la trilogía “La voz a ti debida”, “Razón de amor” y “Largo lamento”, aunque el matrimonio del poeta impidió que esta relación siguiera adelante. Aun así, la correspondencia entre ambos duró quince años, un amor que inspiró obras exquisitas, versos llenos de fuerza en los que este sentimiento es lo que aporta sentido a la existencia. Además de poesía, Salinas cultivó la prosa (“Vísperas de gozo”, “La bomba increíble”); la dramaturgia (piezas breves para Max Aub) y el ensayo sobre literatura (“La poesía de Rubén Darío”, “Literatura española. Siglo XX”).

Se exilió al terminar la Guerra Civil española y murió en Estados Unidos en 1951.

El poeta escribió…

 

Tu presencia y tu ausencia sombra son una de otra, sombras me dan y quitan.

 

Dentro del hombre ni esperanza empuja ni memoria sujeta.

 

Esta noche te cruzan verdes, rojas, azules, rapidísimas luces extrañas por los ojos. ¿Será tu alma?

 

Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo.

 

Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.

 

Lo que eres me distrae de lo que dices.

 

No me fío de la rosa de papel, tantas veces que la hice yo con mis manos. Ni me fío de la otra rosa verdadera, hija del sol y sazón, la prometida del viento. De ti que nunca te hice, de ti que nunca te hicieron, de ti me fío, redondo seguro azar.

 

Quítate ya los trajes, 
las señas, los retratos;
yo no te quiero así, 
disfrazada de otra, 
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre, 
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
 entre todas las gentes 
del mundo,
solo tú serás tú.

 

Todo dice que sí.
Sí del cielo, lo azul,
y sí, lo azul del mar;
mares, cielos, azules 
con espumas y brisas,
júbilos monosílabos
 repiten sin parar.
Un sí contesta sí a otro sí.

 

El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.

Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles…
A tu alma se iba
por caminos anchos.

 

Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse 
a la gran certidumbre,
oscuramente,
de que otro ser,
fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.

 

Feliz semana,

 

Álex Rovira