Fomentar el civismo en sociedad

El civismo es la revolución silenciosa que necesita toda sociedad. Porque las pequeñas cortesías transforman sociedades enteras.

Hemos normalizado la grosería como si fuera inevitable, la descortesía como si fuera autenticidad y el “sálvese quien pueda” como si fuera realismo. Sin embargo, las sociedades más prósperas y felices del mundo comparten un secreto que no aparece en las estadísticas económicas: han cultivado el civismo como una forma de arte colectivo.

El civismo es un ahorro económico para las sociedades

El civismo no es solo buena educación, es la tecnología social más poderosa que existe.

No es un lujo de sociedades avanzadas, es la herramienta que las hace avanzar. Cada acto de cortesía es una inversión en el banco de confianza social. Cuando cedes el paso, cuando dices gracias, cuando recoges basura que no tiraste, estás depositando crédito en una cuenta comunitaria de la que todos podremos retirar.

Las sociedades con alto civismo tienen menos criminalidad, más cooperación y mayor bienestar colectivo. Y no es casualidad: es causa y efecto. Vivimos una crisis de civismo disfrazada de normalidad. Conductores que no respetan las señales y, además, hacen la peineta para demostrar que son los más duros —o los más acomplejados. Personas que tiran colillas encendidas por la ventana, sin pensar en el incendio forestal que podrían provocar. Dueños de mascotas que no recogen los excrementos, ciudadanos que tiran basura al suelo como si nada. Gente que grita por teléfono en espacios públicos. Usuarios de redes sociales que insultan desde la cobardía del anonimato.

Cada acto incívico es un virus que infecta el tejido social, creando un ambiente donde la grosería, el mal gusto y la mala educación se convierten en la norma, y la cortesía y la amabilidad en la excepción. El civismo es reconocer que vivimos interconectados, y que nuestras acciones, por pequeñas que sean, afectan al bienestar colectivo.

La indiferencia disfrazada de tolerancia puede ser tan destructiva como la agresión directa. Una sociedad incívica no solo es desagradable: es cara. Requiere más policías para controlar comportamientos antisociales, más limpieza urbana por vandalismo y dejadez, más sistemas de seguridad por desconfianza, más burocracia para regular lo que la cortesía y la empatía resolverían de forma natural. El civismo no es un gasto cultural: es un ahorro económico y emocional masivo.

Cuando alguien actúa con civismo genuino, no solo mejora una situación específica: inspira a otros a hacer lo mismo.

El civismo es contagioso, pero de la mejor manera. Un conductor cortés genera más conductores corteses. Una persona que saluda con amabilidad mejora el día de quienes se encuentra. El civismo se multiplica exponencialmente porque apela a lo mejor de la naturaleza humana.

¿Cómo recuperar el civismo sin sonar moralista?

No seas cortés solo por ser buena persona: hazlo porque crea el tipo de sociedad en la que quieres vivir.

Cada acto de civismo es una votación por el mundo que deseas. Si quieres respeto, dalo primero. Si quieres consideración, practícala. Si quieres vivir en una comunidad amable, sé amable tú. Es una inversión personal inteligente.

Aprende los pequeños gestos que forman la vida en sociedad

Sostener una puerta, decir “perdón” cuando chocas accidentalmente, agradecer al personal de servicio, ceder el asiento a quien lo necesita más, no bloquear pasillos, escaleras mecánicas ni entradas o salidas. Estas acciones microscópicas crean un ambiente de consideración mutua.

El civismo también existe online

No insultes desde el anonimato. No compartas información sin verificar. Respeta opiniones diferentes sin atacar a las personas. Usa mayúsculas solo cuando sea estrictamente necesario. Y recuerda que del otro lado hay personas reales. Internet es un espacio público digital y merece el mismo respeto que el espacio público físico.

En filas, en el tráfico, en servicios lentos, tu paciencia como forma de civismo no solo te beneficia a ti: mejora el ambiente de todos.

La impaciencia es contagiosa y genera cadenas de estrés. La paciencia serena también lo es, y genera cadenas de calma. Seamos conscientes de nuestro estado emocional y de cómo afecta a quienes nos rodean.

Tratemos los espacios públicos como trataríamos nuestra propia casa

Es un indicador de la cultura de un país, de su nivel de madurez y humanidad. Esta mentalidad transforma barrios enteros porque cada persona se convierte en anfitrión de su comunidad. Y quién sabe, quizá incluso podamos transformar los países que habitamos, gracias al civismo.

Frenar comportamientos incívicos

Cuando presenciemos comportamientos incívicos, podemos intervenir sin agresividad.

“Disculpa, creo que se te ha caído esto” en lugar de “¡Recoge tu basura!” o “¿Podrías hablar un poco más bajo?” en lugar de “¡Cállate!”. El civismo correctivo suele ser más efectivo que la confrontación directa porque preserva la dignidad de todos. No sabemos si la otra persona se ha olvidado de que no lleva auriculares y está hablando a gritos sin darse cuenta.

Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que oyen

Si queremos crear ciudadanos civilizados, seamos civilizados. Si queremos que otros sean corteses, seamos corteses nosotros primero. Si queremos cambiar nuestra comunidad, empecemos siendo el cambio que queremos ver. El civismo se enseña viviendo, no predicando. Pero, paradójicamente, necesitamos ponerle palabras para comenzar a actuar.

El civismo no es perfección moral

Es inteligencia colectiva, práctica aplicada. Es reconocer que vivimos juntos y que podemos hacer que esta convivencia sea agradable o miserable, dependiendo de nuestras pequeñas acciones y decisiones diarias. Las grandes transformaciones sociales no siempre empiezan con revoluciones espectaculares. A menudo comienzan con revoluciones pequeñas, de personas que deciden ser mejores ciudadanos.

Cada acto de cortesía es un voto por el tipo de sociedad que queremos construir. La buena noticia es que el civismo es contagioso. Pero también la mala: que la incivilidad lo es. La diferencia está en qué epidemia decides propagar. Porque, al final del día, no heredamos la tierra de nuestros ancestros: la tomamos prestada de nuestros hijos. Y el civismo es el regalo más práctico que podemos dejarles.

Una sociedad donde ser amable no sea la excepción, sino la norma. Porque el mundo no necesita más gente perfecta: necesita más gente cortés, amable y empática. Y esta revolución puede empezar contigo hoy. Con un simple “por favor” y “gracias”.

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