UTOPÍA Y REALIDAD

Muchos tenemos la necesidad de crecer, de aprender, de prosperar, de superar desafíos, incluso de encarnar una utopía que polariza y da sentido a la vida. Y unir esa utopía a la pasión, la vocación y la iniciativa cotidiana, a los hábitos que día a día; nos permite mejorar, da sentido a nuestra vida.
Las personas que tiran adelante, viven con una gran pasión su trabajo, sienten la vocación, disfrutan de lo que hacen y, por tanto, pueden hacer frente a circunstancias adversas porque tienen una reserva de energía psicológica, afectiva, espiritual enorme, porque viven desde la pasión y ahí no hay renuncia.
A pesar de las dificultades, las adversidades o las crisis, luchan y dan lo mejor de sí porque hay algo que los moviliza desde su esencia, su centro.
Eduardo Galeano se pregunta: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
Algunos no podemos ni queremos renunciar a la utopía. No importa que nos puedan calificar de ingenuos, soñadores o idealistas. Nos da igual, no podemos renunciar nunca a la utopía, porque si renunciamos a la utopía sería como morir. En realidad el mundo avanza, a mi modo de ver, porque abundan afortunadamente los idealistas prácticos: los que tocan con los pies en el suelo pero anhelan las estrellas.
Sin utopía damos a la realidad una dimensión finita, cuando la realidad tiene un potencial de realización literalmente infinito.
Hay tres tipos de personas: las que ven el vaso medio vacío -los pesimistas-; las que ven el vaso medio lleno -los optimistas-, y las que se dedican a llenar el vaso, es decir, las que tienen iniciativa y buscan todavía una utopía.
Es también cierto que la utopía puede generar frustración. Pero incluso las frustraciones nos aportan algo: vienen repletas de lecciones, de aprendizajes.
Podemos vivir la vida como una experiencia o como una anécdota. Vivirla como una anécdota es hacer una lectura superficial, no ir a fondo, no encontrarle un sentido; un sentido que, normalmente, es un elemento alquímico que nos permite reinventarnos y salir adelante, extraer un aprendizaje que nos lleve a una revisión de nuestra visión de la existencia y de nuestras creencias.
En este sentido, las frustraciones son buenas y los fracasos pueden ser buenos. Porque pueden ser una posibilidad de abrir los ojos a la realidad de una manera mucho más lúcida y amplia, a pesar de la pátina del dolor.
Pero cuidado con la utopía porque, como en todo, el veneno es la dosis: si nos fijamos objetivos elevadísimos nos frustraremos ya de entrada. Así que hay que ir paso a paso, integrar el aprendizaje progresivamente, fijarnos unos objetivos que nos conduzcan hacia nuestra meta anhelada de una manera progresiva.
Lo importante no es la realización del deseo, sino lo que hace el deseo que nos realizamos. Lo importante no es encontrar el trébol de cuatro hojas, sino aprender a cultivar la tierra para crear las circunstancias para que infinitos tréboles puedan nacer en todos lo ámbitos de nuestra vida.

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