TU PRINCIPAL CONDICIONANTE: LO QUE CREES SER

TU PRINCIPAL CONDICIONANTE: LO QUE CREES SER

“LA BRÚJULA INTERIOR”. ÁLEX ROVIRA.

Reproduzco en este post el capítulo 12 de "La Brújula Interior" en el que reflexiono sobre los condicionamientos que generan las creencias que vamos forjando sobre nosotros mismos.

CAPÍTULO 12

Tu principal condicionante: lo que crees ser

 

 

“El ser humano debe encontrar el camino de vuelta a sí mismo, debe convertirse en persona e individuo en el sentido radical de existencia que tiene esa palabra. El ser humano no nace para desaparecer en la historia como pieza desechable, sino para comprender su destino, para arrostrar su inmortalidad…para salvar su alma”.

Imre Kertész, Un instante de silencio en el paredón.

 

 

Querido jefe:

 

Han pasado ya algunas semanas desde que empecé a escribirte y a pesar de la distancia y de tus silencios te noto próximo, te siento latiendo cerca de mí. Intuyo por primera vez que realmente te interesa lo que te cuento, que te resulta útil, que de alguna manera estás ahí, atento, escuchando.

 

Eso me anima a seguir adelante.

 

He compartido contigo la necesidad que veo de que cada persona realice un análisis de su vida actual, de sus deseos, de sus talentos, de sus objetivos, de sus pasiones verdaderas. Y también te he hablado de la necesidad de superar obstáculos como los miedos inconscientes para que ese análisis sea auténtico.

 

Y al hilo de esto, se me ocurre que la gran barrera a superar es la idea que tenemos de nosotros mismos. O sea, lo que nos han hecho creer que somos. Y eso, como te he comentado en mis cartas anteriores, se forja en la infancia, cuando la página en blanco que somos al nacer empieza a llenarse con las palabras y los trazos de los que nos rodean: padres, hermanos, tíos, abuelos, educadores…

 

No hace mucho leí un texto que me impresionó en el que Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, en el libro titulado Las etapas críticas de la vida, recreaba el diario de un niño de dos años:

 

“Jueves, 8.10: He tirado colonia en la alfombra. Huele bien. Mamá enfadada, la colonia está prohibida.

8.45: He tirado el mechero en el café. Me han pegado.

9.00: En la cocina. Me han echado. La cocina está prohibida.

9.15: En el cuarto de trabajo de papá. Me han echado. Cuarto de trabajo también prohibido.

9.30: He quitado la llave del armario. Jugado con ella. Mamá no sabía dónde estaba. Yo tampoco. Mamá me ha gritado.

10.00: He encontrado un lápiz rojo. Pintado en la alfombra. Prohibido.

10.20: He cogido la aguja de hacer punto y la he doblado. He clavado otra en el sofá. Las agujas están prohibidas.

11.00: Tenía que tomar leche. ¡Pero quería agua! Me he puesto a llorar. Me han pegado.

11.30: Roto un cigarrillo. Había tabaco dentro. No sabe bien.

11.45: He seguido a un ciempiés hasta debajo de la valla. He encontrado cochinillas. Interesante, pero prohibido.

12.15: He comido caca. Sabor peculiar, pero prohibido.

12.30: He escupido la ensalada. Incomible. Pero escupir está prohibido.

13.15: La siesta. No he dormido. Me he levantado y me he sentado en la colcha. Helado. Helarse está prohibido.

14.00: He reflexionado. Constato que todo está prohibido ¿Para qué viene uno al mundo?”

 

Según explica el doctor Lair Ribeiro, científicos estadounidenses llevaron a cabo un estudio con una serie de niños para saber qué oían exactamente al cabo de un día. Y descubrieron que un niño, desde que nace hasta los ocho años de edad, oye la palabra ‘no’ un promedio de 35 veces al día.

 

Duro, ¿verdad?… Probablemente cualquiera de esos niños, a base de oír continuos “no” y “prohibido”, acabaron por decidir que probar, jugar, arriesgarse, ensayar, en definitiva, vivir, estaba prohibido.

 

No quiero decir que marcar límites a los niños sea algo perverso o malvado. Pero si el “no” se convierte en un tic, sin tener en cuenta que el niño es una persona que tiene todo el derecho a experimentar con el entorno, se van perdiendo progresivamente la espontaneidad, la capacidad de intimidad, las ganas de escuchar, de compartir, de tomar riesgos, de probar nuevas experiencias.

 

Además de los noes, hay otras expresiones perversas en el proceso educativo, aunque a veces sean dichas con la mejor intención: “eres bueno”, “eres malo”, “eres guapo”, “eres feo”, “eres una bolita”, “eres como un armario”, “eres una muñeca”, “eres una bestia”, “eres una princesa”, “eres un trasto”, “eres un inconsciente”, “eres un bicho”, “eres como tu abuelo”, “serás el mejor abogado de la familia”, “serás un ligón”, “serás un inútil”… ¡hasta el tan frecuente y absolutamente inconcreto y vago “eres especial”! (¡¿especial para qué?!).

 

De alguna manera, con éstas y otras expresiones, nos están diciendo lo que somos y lo que debemos ser en el futuro. Además, la educación que recibimos se encarga de activar en nosotros a muy temprana edad una serie de órdenes sobre cómo actuar en la vida que se instalan en nuestro inconsciente (Hedge Capers y Taibi Kahler las denominan “impulsores”). Estas órdenes las podemos resumir en:

– Complace.

– Sé perfecto.

– Sé fuerte.

– Date prisa.

– Esfuérzate.

– Ten cuidado.

 

Todo esto se graba firmemente en el inconsciente y moldea el carácter de cada persona. Si te observas y observas a las personas que te rodean verás claramente cómo se manifiestan. Cada persona tiende a tener algunas órdenes más activadas que otras.

 

Hay, por ejemplo, personas que tienen un “complace” como una catedral y se pasan la vida complaciendo a los demás, hasta llegar a olvidarse de ellos mismos. Son todo un ejército los adultos que van tragando en la vida lo que sea: comida en exceso, tabaco, televisión basura y otras drogas para aplacar su ansiedad y complacer a un otro en el que proyectan a ese papá o mamá que temen que les dejará y por el que tratan de ser aceptados y queridos a toda costa. Detrás del “complace” está la fantasía de que es posible agradar a todo el mundo.

 

Hay otros que tienen un “sé perfecto” tan acentuado que a menudo se definen a sí mismos orgullosamente como ‘perfeccionistas’ y sufren las consecuencias de su propia presión de perfección. Pagan con ansiedad el querer tenerlo todo controlado. El niño al que se le repite y se le da a entender día sí y día también “puedes hacerlo mejor”, puede interpretar “nunca seré lo suficientemente bueno”, con lo que probablemente pase una vida más o menos machacada en la búsqueda de una perfección que, debido al propio nivel de exigencia, nunca llegará. Detrás del “sé perfecto” existe la fantasía de que es posible hacerlo absolutamente todo a la perfección.

 

Bajo el “sé fuerte” aparecen a la larga muchos infartos, fruto de una represión de la expresión de los sentimientos, de las emociones como el miedo y la tristeza, así como de la afectividad. Por ejemplo, el niño al que se le repite “los hombres no lloran” o explícitamente “la vida es dura, hay que ser fuerte”, puede interpretar “no debo sentir” y probablemente decida “no voy a mostrar mis sentimientos, voy a ser fuerte”, reprimiendo o camuflando sus sentimientos y emociones naturales. La fantasía de las personas que tienen este impulsor activado es que es esencial mostrar a los demás que uno no siente.

 

Sobre el “date prisa” hay poco que decir puesto que se define sólo. Con él en la cabeza es fácil cometer errores, decidir prematuramente, comprometerse antes de tiempo y complicarse la vida sin pensar. La sociedad occidental tiene el “date prisa” hasta en la sopa. ¡Todo es fast! La creencia errónea que oculta el “date prisa” es que las cosas no salen bien si no se hacen deprisa.

 

El “esfuérzate” es otro de los males de nuestra civilización. Las personas que funcionan bajo este impulsor están guiadas por la siguiente frase inconsciente: “las cosas que se logran sin esfuerzo no tienen valor”, por lo que acostumbran a fijarse metas impracticables y métodos ineficientes, complicándose la vida de modo innecesario.

 

Finalmente, el “ten cuidado” es una clara invitación al no hacer, a quedarnos bloqueados, ya que tras esa advertencia se vincula el hacer con el riesgo, con la amenaza. Otra manera de leerlo es ‘no hagas -lo que sea- porque es peligroso, algo grave te pasará…’, inhibiendo toda tentativa ya no de logro sino de intento de la persona.

 

En definitiva, la imagen que tenemos de nosotros mismos, lo que creemos que somos, se define en función de este “cóctel de órdenes” que llevamos en el inconsciente y con el que nos programaron desde pequeñitos.

Visto esto, la respuesta a la pregunta ¿quién soy? puede resultar realmente difícil de responder. Alguien puede decir: “Soy como mi abuelo, patoso y lento”, sin pensar que en información genética no tenía nada de patoso ni de lento y que se lo acabó creyendo a base de la repetición.

 

Por tanto, estimado jefe, tenemos la obligación de analizar si en realidad somos como nos dijeron que somos. Porque estoy seguro de que, en realidad, somos mucho más que eso.

 

Un afectuoso abrazo.

 

Álex.

 

  1. Como dijo el extraordinario Anton Chéjov: “Un hombre es lo que él cree que es”. Y nada mejor para ilustrarlo que la historia de un pato. Sí, no es un error. Me refiero a la historia del patito feo, que dejó de creerse patito cuando se encontró con otros cisnes. De repente, vio la falsedad, vio lo que no era, despertó de una pesadilla, dejó de representar un falso personaje que no tenía nada que ver con su verdadera identidad. Vio que había otra manera de vivir más acorde con su verdadera naturaleza. Simplemente reconoció su verdadero ser.

 

Hasta ese momento era ignorado, despreciado y maltratado por los demás, con su autoestima por el suelo porque él se mantenía inconscientemente en una posición de víctima de la que no sabía cómo salir porque le faltaba información clave sobre su verdadera identidad.

 

Por el contrario, desde el mismo momento en que asumió su verdadera condición y la mostró sin timidez ni vergüenza, todos los demás le reconocieron y respetaron. Aunque para eso necesitó ver con sus propios ojos que había otros como él y que estaban orgullosos de ser cisnes, porque entre otras cosas eran realmente dignos y hermosos.

 

Eso es lo que le pasa a la gran mayoría… de los humanos.

 

Alex Rovira