MEDITERRÁNEO AÑORADO

MEDITERRÁNEO AÑORADO

Esta es, quizás, la canción que más me resuena dentro, que más me conmueve. Puedo escucharla una y cien veces, y siempre, siempre, me impresiona, me detiene, me hace recordar, me despierta la añoranza de ese Mediterráneo que conocí cuando era niño y que hoy, por desgracia, ya no es el que era en su juventud, quebrada súbitamente en apenas cincuenta años. Superviviente de la acción humana durante toda la historia, ha bastado medio siglo para herirlo gravemente. Y aunque sigue siendo él en según que lugares aún no maltratados por la estupidez, el mal gusto, la ambición y la codicia humana, no es el mismo. Existía el paraíso. Se lo cargaron.

Y cuando el domingo me senté ante el papel dejándome llevar como siempre hago antes de escribir una entrada en esta bitácora, sonó la canción del poeta de nuevo y por azar, y se unieron Mediterráneo y añoranza. Nostalgia que surge cuando uno siente que ha perdido parte o algo de aquello que era profunda y sinceramente amado. Morriña paradójica, ya que tengo el enorme privilegio de vivir a su vera, pero extraño ese Mediterráneo al que cantó Serrat y que ya no está. Quizás por que mi niñez sigue jugando en tu playa…

 

… y escondido tras las cañas

duerme mi primer amor,

llevo tu luz y tu olor

por dondequiera que vaya,

y amontonado en tu arena

guardo amor, juegos y penas.

 

Yo, que en la piel tengo el sabor

amargo del llanto eterno

que han vertido en ti cien pueblos

de Algeciras a Estambul

para que pintes de azul

sus largas noches de invierno.

Y a fuerza de desventuras,

tu alma es profunda y oscura.

 

A tus atardeceres rojos

se acostumbraron mis ojos

como el recodo al camino.

soy cantor, soy embustero,

me gusta el juego y el vino,

tengo alma de marinero.

 

Y qué le voy a hacer, si yo

nací en el Mediterráneo.

 

Y te acercas, y te vas

después de besar mi aldea.

Jugando con la marea

te vas, pensando en volver.

Eres como una mujer

perfumadita de brea

que se añora y que se quiere

que se conoce y se teme.

 

¡Ay!, si un día para mi mal

viene a buscarme la parca,

empujad al mar mi barca

con un levante otoñal

y dejad que el temporal

desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo

entre la playa y el cielo…

 

En la ladera de un monte,

más alto que el horizonte.

quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,

le daré verde a los pinos

y amarillo a la genista.

 

Y cerca del mar, porque yo,

nací en el Mediterráneo.

 

Y pensaba, mientras oía y cantaba calladamente la canción, que la añoranza nos hace reconocer el valor de lo que es amado, y que en ella se esconde también el anhelo de una utopía: recuperar lo amado en la forma que lo conocimos y sentimos antaño. El sentimiento no es menor, es profundo, cala hondo, y puede ser, y de hecho es, un acicate presente. Porque quizás ahora más que nunca debemos volver a lo esencial. Porque progreso no implica codicia, vulgaridad ni destrucción, sino cuidado, generosidad, delicadeza y preservación. Precisamente para recuperar los tesoros perdidos de valor infinito que la mano del hombre corrompió. Seguiremos hablando de ello en otras entradas, aquí.

Os dejo con Joan Manuel Serrat, para seguir sintiendo y reflexionando con el olor de la brea, la genista, el geranio, el pino y la buganvilla, y el tacto del arrullo del agua, la arena en la piel y la brisa del recuerdo en el alma. Porque a esto último, afortunadamente, nadie puede meterle mano.

 

Besos y abrazos,

Álex

Alex Rovira