El vaso que uno llena
¿Medio lleno o medio vacío? Una misma realidad puede percibirse de maneras distintas. Y esta visión condiciona nuestra calidad de vida. Los optimistas viven más y mejor, dicen algunos expertos, cuando comprenden que la felicidad no es el final de un viaje, sino parte del paisaje que se atraviesa durante el trayecto.
¿Cómo es posible que haya personas que, frente al mismo vaso, lo vean medio vacío, y otras, medio lleno? Si retrocedemos un poco para contemplar el cuadro con mayor perspectiva, podemos llegar a averiguar por qué un mismo vaso se puede percibir de maneras, no sólo distintas, sino opuestas. La vida consiste en percepciones, respuestas, actitudes, valores y motivaciones que nos llevan a ver, continuamente, si hay vasos en las diferentes dimensiones de nuestra vida y cuán llenos están.
El tema no es baladí: la visión del vaso hace que algunos sean capaces de arriesgarse para construir una nueva realidad en la que ellos serán los que buscarán las fuentes necesarias para llenarlo; otros serán capaces de renunciar a todo cuanto tienen para tender la mano al que sufre a miles de kilómetros de distancia y convivir con el dolor y el padecimiento ajeno de modo que los vasos de esas personas puedan empezar a llenarse, y finalmente hay quienes viven quejándose crónicamente de que alguien está continuamente vaciándoles el vaso, aunque ellos dicen no hacer nada para remediarlo, pobres víctimas.
o sirven para ir acumulando más boletos, concluye. En definitiva, la ciencia parece demostrar que nuestras actitudes inician procesos de llenado o vaciado del vaso de nuestra vida.
Las piezas del motor. El estudio del cerebro nos explica cuál es la química del bienestar y de eso que llamamos optimismo o felicidad. Pero claro, hablar de conceptos como endorfinas, neurotransmisores o serotonina puede asustarnos. No obstante, si hablamos con naturalidad de software, del motor de inyección y del airbag, con más razón tendríamos que conocer algunas piezas clave del funcionamiento de nuestro propio organismo. Y eso es lo que hace, de modo muy ameno, en sus páginas.
Según el autor, la felicidad, entendida como un estado permanente de bienestar absoluto que se puede alcanzar tras un camino arduo (y, a menudo, económicamente costoso), no existe. La felicidad, defiende el doctor Figueras, es un estado, una sensación momentánea, fugaz, que todos experimentamos en varios momentos de nuestra existencia. La felicidad no es el final de ningún trayecto, sino que forma parte del paisaje por el que pasamos a lo largo del viaje. No es ningún destino al que se llega viajando, sino más bien un adjetivo que nos remite a esa sensación que uno tiene -más a menudo de lo que pensamos- durante el viaje de la vida. El problema es que estamos tan obcecados, que muchas veces ni la percibimos porque nos quedamos con la parte vacía del vaso y, lo que es peor, renunciamos al enorme placer de la aventura que supone ir a buscar una fuente en la que podamos llenarlo las veces que nos apetezca.
El delirio de Guillermo Tell
Albert Figueras introduce en su obra metáforas como ésta. Según ella, a lo largo de la vida tenemos distintas motivaciones, acertar en unas dianas. Sin embargo, muchas veces la puntería es poca; apuntamos a objetivos inexistentes, erróneos o deformados. Por ejemplo, deseamos el último modelo de un coche descapotable porque pensamos que será un instrumento para vivir experiencias intensas. Tenemos nuestro objetivo muy claro y no quedamos con los amigos para ir a tomar una copa el viernes porque tenemos que ahorrar para ese capricho. Lástima que tras prepararnos, apuntar y disparar la flecha nos acercamos a la diana y nos damos cuenta de que se movió, o no era tal. El deportivo deseado no nos aporta lo esperado. Mientras tanto, como decía John Lennon, «la vida es lo que ha ido pasando» mientras pensábamos que la felicidad nos aguardaba en un descapotable.
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